Texto: Héctor Montes de Oca
"Tú eres el tronco invulnerable y nosotros las ramas".
Jaime Sabines
Las sensualidades del seno, el excusado y el pimiento
En un escrito de los años veinte del siglo pasado, Edward Weston elogiaba al pintor español Diego Velásquez por su maestría en el manejo de la luz y la importancia que le concedía; incluso se aventuró a decir que si hubiera vivido en el siglo XX sería un excelente fotógrafo pues tenía “ojos fotográficos”.
En este comentario expresó y expresa todavía la esencia de las preocupaciones estéticas de la fotografía: el manejo de la luz y la necesidad de controlarla acorde a las intenciones del fotógrafo.
Artista que se despreocupaba de definir su arte o bien de llamarlo como tal, vivió la primera mitad del siglo XX ocupando un lugar primordial en la transición estética que hizo de la fotografía un arte en sí mismo.
¿Qué hay en una imagen de un lavabo, un pimiento, una fábrica o una muñeca que la haga similarmente bella a una que muestre un horizonte acompañado por nubes o bien una mujer desnuda con formas corporales armónicas? Weston enseñó al mundo que la respuesta debía buscarse en la intención del fotógrafo, en su afán de expresar algo mientras utiliza a los materiales fotosensibles como un medio con características propias. El manejo de la luz es lo primordial; no importa tanto el sujeto fotografiado como lo que se capte de la luz que se proyecte en él y las sombras producidas. En esta perspectiva, la composición de la imagen sufre una transformación inmensa permitiendo toda una reinterpretación de la realidad fotografiada.
¿Qué puede haber de notorio en un pimiento retratado en un embudo común y corriente y que sin duda puede ser cenado algún tiempo después? La respuesta viene de la composición de la imagen. La exposición se realizó dé tal modo que, privilegiando las sombras, el negativo sólo recogió algunas de las luces que convergen en el objeto mientras los revelados del negativo y el papel acentuaron las luces logrando un efectivo juego de contrastes. El resultado es que las luces se adaptan a las formas del pimiento de tal manera que las zonas oscuras que las rodean y se intercalan en ellas muestran líneas de curvas sutiles sumamente sensuales.
Si se aplica el mismo criterio a otros sujetos y objetos fotografiados, un seno femenino por sí solo puede expresar a una mujer tanto o más que un cuerpo entero desnudo, un excusado puede ser pretexto para explorar atrevidamente la gama de grises y una fábrica o una casa son un reto para la composición y sus armonías.
Weston desarrolló una forma de explorar la luz desde su cámara y su laboratorio muy propia, sabía que no era la única y nunca quiso imponerla a otros. Nos regaló un “nuevo y vital modo de ver” como él mismo decía, corresponde a cada generación retomar como pueda y quiera su legado.
Fotógrafo que se sentía fastidiado porque tenía que hacer retratos de perros para sobrevivir pero que hacía obras maestras captando magueyes o lavabos, Edward Weston mostró al siglo XX una fotografía asumida como un arte en sí misma y capaz de expresarse con un lenguaje propio. Su lucha contra el pictorialismo, fotografía que copia a la pintura en sus composiciones e intenciones, no fue en vano.
Desde entonces y para siempre, la imagen fotográfica tiene no sólo intenciones y autores, además encontramos en ella preocupación por las líneas y colores que la componen, ineludible atención por los materiales que la producen y multivariables expectativas por la respuesta de quienes la contemplarán además del fotógrafo.
Hoy basta que abramos las páginas de una publicación y veremos autores de la más diversa índole y circunstancia que quieren ser identificados como tales: autores con estilos, búsquedas e intenciones propias que exploran técnicas viejas y nuevas y se presentan ante otros iguales a ellos. Vemos sus limitaciones y posibilidades, criterios y prejuicios; en suma, su fotografía es una muestra representativa de él o ella, según sea el caso.
En suma, se entiende como un medio más para expresar la personalidad del fotógrafo. Sin duda alguna, la imagen fotográfica que llega a ser considerada artística siempre será minoría entre el gran cúmulo de resultados que nos presentan los materiales fotosensibles o bien los medios digitales. Sin embargo, siempre sabremos que hay un autor y una intención detrás de cada una de esas imágenes. Weston y otros fotógrafos de la primera mitad del siglo XX nos han abierto un horizonte digno de explorar desde el tiempo que vivimos y sus propias características. La invitación ya está hecha y sigue vigente para nosotros.
En uno de los retratos extrañamente menos difundidos de Weston, Ansel Adams, otro de los grandes fotógrafos del siglo XX, lo ubica entre las raíces de un árbol gigantesco, con gesto sobrio pero afable y mirada centrada en el lente de la cámara. Este homenaje es una muestra indudable no sólo del apreció de Adams por su amigo, sino un reconocimiento de la fotografía entera por sus aportaciones a la misma.
Amigos y colegas que colaboraron estrechamente en varios proyectos, estos fotógrafos estadounidenses desarrollaron desde sus perspectivas particulares una fotografía que siempre buscó ser autoral y expresiva. Participaron juntos en el grupo de fotógrafos F – 64 que para mediados del siglo XX tenía una de las propuestas más sólidas de la fotografía mundial; uno a otro se retroalimentaron y respetaron sus diferencias.
Uno de los aspectos más relevantes de esta cooperación fue la visita conjunta que hicieron a los escenarios que les gustaban a cada uno de ellos. Algunas de sus mejores imágenes se produjeron en esos viajes. Adams le mostró a Weston la Sierra y el parque Yosemity, Weston le enseñó a Adams el desierto y el parque Point Lobos, en California.
Relaciones como ésta cultivó Weston en varias ocasiones; en este sentido cabe reconocer la recíproca influencia que tuvo con México durante una estancia que tuvo en los años veinte del siglo XX. No sólo dejó en este país a su alumna destacada Tina Modotti, sino también influenció a la fotografía artística que se hacía en este país ayudando al movimiento que generaría la obra de autores como Manuel Álvarez Bravo.
Influyó y se dejó influenciar, marcó sus propios caminos y preparó el terreno para que otros se plantearan los suyos. No por nada para la mitad del siglo XX a pesar de que las grandes compañías lo ninguneaban y exponía con menor frecuencia era llamado con plena justicia “el mejor fotógrafo del mundo” a ambos lados del atlántico.
¿Qué podemos aprender de la trayectoria de Edward Weston?
Básicamente que una fotografía tiene una intencionalidad y una autoría por sí misma. Es un lenguaje que expresa a una persona. Por ello, mientras más conciente se esté de esto y de la necesidad de controlar adecuadamente sus materiales y equipos los resultados serán más auténticos y fidedignos con el autor.
Los fotógrafos en formación recibirán claros beneficios del estudio de las imágenes de Weston y los más experimentados podrán confrontar su obra con la de un maestro afable y exigente pero siempre generoso que siempre brinda la oportunidad de plantearse nuevos caminos.
Buena suerte.
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