La Soportable Levedad del Ser... Fotógrafo

Texto: Héctor Montes de Oca



Como dice Tim Rudman en el preludio de su libro “Técnicas de positivado blanco y negro”, “¿Por qué trabajar en el laboratorio causa pasión y adicción?”

¿Qué oscuro placer se obtiene al caminar con traspiés en una habitación sin luz, mirar con ojos de miope tenues imágenes en la penumbra del marginador, mover las manos sobre el papel imitando el estilo de los rituales mágicos y parecer un loco hablando y cantando solo, todo ello rodeado de productos químicos que huelen a mil demonios donde los días y las noches se vuelven minutos?

Cierto que debe haber algo para que gente aparentemente sana se encierre por su propia voluntad en un cuarto oscuro incluso durante días sin final en vez de estar con sus amigos o familia, disfrutando las caricias solares.

¿Cuánta verdad no encierra este prólogo cuando uno ha sido atrapado por la magia de la fotografía y del cuarto oscuro?

Este sometimiento es la aventura que caracteriza el trabajo del laboratorio, inicia con la sensación electrizante del momento que la imagen latente aparece poco a poco ante la mirada atónita del principiante y de un laboratorista experimentado y, llega el convencimiento que se ha conseguido una obra irrepetible, quizá maestra.

El laboratorio es un espacio para la creación, lugar en que la fantasía se materializa, donde lo real se vuelve irreal, el día se convierte en noche y el invierno en verano. Las emociones que se producen en el momento de “disparar” la foto y, que a menudo se pierde en una copia convencional hecha en un laboratorio comercial por el contrario, en nuestro laboratorio pueden plasmarse imágenes inexistentes teniendo sólo la imaginación como límite. Bien dice Ansel Adams que consideraba la fotografía como un concepto; el negativo era la partitura y la copia la interpretación del músico.

Tras los años de mi experiencia como fotógrafo y laboratorista resulta fascinante ver que en un mismo negativo ampliado en diferentes épocas de la vida se pueden obtener resultados inimaginables, depende sin fin de variantes que existen en los productos químicos y materiales fotográficos así como el tratamiento conceptual en diferentes estados anímicos y a esto, le condicionamos una variante más, que sería el contexto en el que se presente dicha fotografía y puede llegar a ser tan variada e infinita las posibilidades de lectura que tenga una imagen fotografiada.

Por regla general al imprimir las primeras copias de nuestros negativos no son ni por mucho lo que esperábamos de ella. En esta reflexión que hago del trabajo en el laboratorio y de todas sus implicaciones, de alguna manera son para entender y entendernos, porque con el tiempo la actividad solitaria en la que uno se encuentra horas tras horas, lo hace a uno parecer como inadaptados sociales, más para la familia y amigos. Este fascinante oficio diariamente se cumple el ritual en la calibración y chequeo de temperaturas, limpieza, ajuste del equipo hace que la magia se vuelva a repetir y a las tres de la mañana en un baño improvisado como laboratorio cuando todo ha salido bien o los gritos: “lo logre”, “me salió” hacen que los familiares estén tentados a internarnos al día siguiente en un hospital psiquiátrico.

El fotógrafo por naturaleza es una persona callada absorto en su oficio, detallista, analiza su entorno intuitivo, con apariencia desaliñada por los desvelos, encorvado por el peso del equipo fotográfico, es más le gustaría ser el foco del lugar o un cuadro para así pasar desapercibido ante los demás y pudiese observar sin ser observado. en realidad es un sujeto que por las nuevas técnicas cibernéticas, esta en vías de extinción.

Si no fuera por las palmaditas en el hombro que a veces amigos y familiares te dicen “ahí la llevas…”

Con que poco nos conformamos en un país donde es fácil que te piden una copia obsequiada pero uno no se imagina irle a pedir a un amigo dentista que te obsequie su trabajo; esto habla de la superficialidad con que se ve nuestra labor.

Por experiencia personal sé que si bien nos va, en nuestro trabajo de años producimos de dos a cuatro imágenes para la posteridad. Si no hagamos un sondeo ¿cuántas fotos pueden describirme de Cartier Bresson, Manuel Alvarez Bravo, Nacho López, Héctor García, Carlos Jurado, Ansel Adams, Edward Weston, productores de cientos, quizás miles de fotografías? Los conocedores del tema no recordarán más de tres o cuatro fotografías.

Las imágenes se olvidan y se diluyen con el tiempo. Hay veces que es más fácil para cualquiera recordar en la música y el contexto del momento que vivió, es increíble que un olor o sabor nos traiga más recuerdos que las imágenes, que en muchos casos es el frenar o congelar el momento que nos llega como cápsulas de tiempo y en el momento de hacerlas no las evaluamos en su dimensión.

Hoy por hoy el oficio de fotógrafo o artista plástico en un mundo saturado de imágenes se devalúa por el acceso tecnológico y pensar que con tener una cámara y un rollo o con las cámaras digitales es pensar estar a la altura de las circunstancias y poder ser “hacedor de imágenes” como diría Susan Sontag y pasar por alto el tesón de los pioneros como Guillermo Kahlo que en crónicas del principio del siglo era visto parado en esquinas de la ciudad de México fotografiando monumentos con un arsenal de equipos, con laboratorio móvil y montando su “mastodonte” en espera de que las luces fueran propicias para él. Nunca pensó que su maravillosa fotografía fuese en algunos casos el único registro iconográfico que tenemos de monumentos ya inexistentes del principio del siglo mexicano, visto por su peculiar mirada. A estos verdaderos hacedores de imágenes debemos hoy que la fotografía tenga un papel predominante en nuestra cultura y cabida en galerías de arte como siempre lo tuvo la pintura.

Aunque para muchos no seamos mas que gente extraña con los ojos rojos y palidez de muerto, el así llamado “bronceado de laboratorio”.

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