La realidad visual

Texto y fotografías: Héctor Montes de Oca



Cuando la fotografía hace su aparición es presentada al mercado como el paradigma de la objetividad. Así al menos Daguerre presentaba su invento. Esta exageración es comprensible dado la feroz competencia por el mercado de imágenes, que se había desatado con la pintura. Bien mirada, muchas de las problemáticas establecidas en sus orígenes, entre pintura y fotografía es una lucha despiadada y plena de golpes bajos entre los pintores tradicionales y los pintores y litógrafos que habían adoptado el nuevo método; el fotográfico. Muchos otros factores contribuyeron a crear esta base mítica, la de la objetividad fotográfica que termino por imponerse. Uno de estos factores, soterrado pero de primera importancia es el ideológico. Es precisamente esta creencia social la que permite que la fotografía ¨funcione¨ es decir cumpla con aquellos fines para los cuales la utilizamos. Tendría que pasar más de un siglo para que algunos teóricos repararan en el fenómeno fotográfico e intentaran desentrañarlo. Como resultado la famosa objetividad se fue deteriorando y se convirtió en simple “documento”. Convendría recordar aquí que los documentos y sus regímenes son siempre acuerdos sociales, cuya vinculación con lo real es muchas veces más que dudosa. Pero al ir quedando cada vez más claro que la imagen fotográfica es siempre una construcción a partir de elementos que existen en la realidad y que el fotógrafo, con conciencia o no, es quien establece esta construcción, el termino documento, fue reemplazado, más cautamente, por el de registro.



En honor a la verdad, si algo podemos afirmar con seguridad de una fotografía es eso, el que es un peculiar registro lumínico. Todo lo demás que le atribuimos, cuando no es solo una creencia social, es altamente discutible. Hoy la cotidiana frecuentación con la imagen fotográfica, su enorme extensión y el grado de inclusión que tiene en nuestra vida cotidiana, nos dificulta comprender el impacto, la verdadera conmoción, que produjo su aparición. Pero lo que se peleaba con saña, no era solo en qué manos quedaría la producción de imágenes. Si esto fuera así, estaríamos solo frente a una de las tantas luchas por el mercado. La base del problema era la reducción de la intervención humana en el régimen de representaciones. Que esta reducción resultara a la postre no ser cierta, no le quita su validez en ese momento. Era a la vez una validación de la tecnología y su transferencia de valor. Pasaba de herramienta, a tener un valor en sí misma, casi ontológico. La tarea de representar la realidad visual, de acuerdo con una construcción del campo totalmente ideológico, había estado en manos de la pintura desde los fines de la edad media y principios del Renacimiento. En este apego a la fidelidad de las apariencias, interviene de manera decidida, el cambio en la clientela de los pintores. No se trata ya de hacer aparecer Santos, Vírgenes y Ángeles, sino de representar seres de carne y hueso, y no queda duda que si el Duque de Sforza pagaba sus buenas monedas de oro para obtener su retrato esperaba no solo que el pintor agregara la finura, dignidad y claro abolengo que quizás el Duque no tenia, sino que todo mundo, reconociera en la pintura a dicho Duque. El “parecido”, ese sinónimo desganado de la objetividad, paso sin duda a ser esencial. Cuando el pintor francés Paúl Delaroche, el preferido de su época, dolido, dijo: “¡Desde hoy está muerta la pintura!”, lo que pasaría a la historia como “La pintura ha muerto”, decía una gran verdad, pero se equivocaba de objeto. Lo que herido de muerte, sucumbiría pocos años después era la función de representar las apariencias visuales, a partir de una concepción central y óptica del espacio, que la pintura venia cumpliendo desde siglos atrás. Era esa función la que cambiaba, no de manos, ya que los primeros fotógrafos eran pintores, sino de sistema.



Si bien la historia de la fotografía podría describirse como la progresión temporal de permanentes cambios tecnológicos de toda índole, el cambio que actualmente se esta produciendo, es radical. La profunda fractura que instaura está parcialmente encubierta porque a diferencia de la ruptura original, donde hay un cambio de medio, aquí se produce dentro del mismo medio. Para todo mundo parece claro que la fotografía tradicional, que hoy llamamos analógica y la fotografía digital son ambas fotografía. ¿En qué área específica se produce entonces esta fractura? Se produce en esa área que por más que la hemos pensado, aun no hemos logrado resolverla, el particular vinculo que la fotografía analógica mantiene con lo real. Dicho de otro modo, el grado de objetividad que conlleva. Pese a todas las especulaciones, el espectador de una fotografía analógica en la que aparecían dos árboles, tenía una cierta seguridad de que en algún lugar, en ese campo que llamamos lo real, existían dos árboles y no tres. Esa certeza, se apoye en lo que se apoye, desaparece hoy frente a una fotografía digital. El grado de manipulación, sin que queden trazas de esta es tal, que muy bien en el paisaje original podría no haber arboles. Esta nueva situación permite definir hoy a la imagen digital, como un híbrido entre la pintura y aquello que llamábamos hasta hace poco, solo fotografía. Híbrido que diluye progresivamente, aquello que, (fuera por las razones que fueran), separo a la imagen fotográfica del campo de las demás imágenes. Erosión que terminara por arrastrar en su proceso, vía el entrecruzamiento de los dos sistemas, toda la fotografía, incluso la analógica. Hoy, podemos decir, aunque pareciera que pequemos de apresurados, “la Fotografía ha muerto”. Por lo menos, muere en ella aquello que más la categorizaba y diferenciaba.

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