La objetividad fotográfica

Texto y fotografía: Héctor Montes de Oca



Si se leen con atención las elogiadas virtudes de la fotografía en sus comienzos, se verá que no son más que la transposición fiel de los valores “propios” de la maquina y de la era industrial, a un nuevo campo, el de la representación. Exactitud, precisión del resultado por mano de obra mucho menos especializada que la de un pintor, imagen obtenida sin el concurso humano, por medio del artilugio mecánico y con el aval de las leyes de la ciencia. Y con ello su desventaja, que arrastra aun hoy día, si el resultado es obra de la máquina, sin duda, no puede ser arte. En todo caso, artesanía u oficio. Aun hoy un gran sector de la población –incluyendo no pocos fotógrafos- siguen pensando o comprendiendo la fotografía como “un registro”. Lo estético estaría entonces en el objeto, en la oportunidad (el momento decisivo de Cartier-Bresson), el hallazgo o aquello que es difícil ver de manera directa, siguen siendo sus paradigmas.

La fotografía no nace como el resultado de una intuición más o menos genial de alguna mente humana, sino como el resultado de una búsqueda sistemática, como la continuidad lógica de un concepto de representación originado en el medioevo. Y en casi total correspondencia con los objetivos, valores y necesidades de una época, las propias de la era industrial. La perspectiva central con el punto de fuga único, con sus férreos adversarios, (como Boticcelli) termino por aceptarse; la cámara obscura, propugnada por Della Porta era ya portátil y reflex y utilizada por casi todos los pintores. Algunas pinturas, como las realizadas por el virtuoso Veermer en el 1600, parecen verdaderas instantáneas fotográficas.

De allí a la “trascripción automática” no había más que un paso. Pero para dar ese paso eran necesarios cambios en los valores, cambios que solo podían surgir en una nueva época. La pintura, que desde hacía ya mucho había descendido del mundo de los cielos a representar lo terreno, postulaba el realismo, la “fidelidad a lo real” –por supuesto que a una peculiar concepción de lo real, histórica e ideológica-. Con el naturalismo ya en el horizonte, la fotografía resultaba ser así la continuidad lógica- vía maquina- de eso ideales de representación.

La fotografía no es así, como equivocadamente han querido verlo algunos semiólogos -cif. Roland Bartes -, un corte abisal, algo rotundamente nuevo, sino la continuación lógica de una propuesta de representación altamente ideologizada, entendido esto como una peculiar manera de ver e interpretar el mundo, pero en el plano de la representación. Esto es fácil de advertir si se toma debida nota de las reacciones de los pintores. Aquellos que dominaban la propuesta de fidelidad, con Ingres a la cabeza de otros 23 pintores, comenzaron a recolectar firmas para pedirle al gobierno francés, que prohibiera la fotografía por competencia desleal. Como era de esperar fracasaron. Las nuevas generaciones, actuaron de manera más inteligente, incluyeron el “aporte” fotográfico, la luz como materia prima y buscando alejarse tanto de la pintura realista como de la fotografía, ”subjetivizaron” la pintura. Nacía el impresionismo. Pasando el acento de las cosas como yo las veo, del realismo, a las cosas como yo las veo del impresionismo. No por eso fracasaron menos, vivieron durante años en la mayor pobreza sin ser aceptados ni en el Salón ni por el público.

Pero el paso estaba dado, tras ellos vendría Cezanne que renegaría del punto de vista único, Seurat cuya obra parece una premonición técnica de las placas auto cromas Lumiere, y por ultimo en 1907 Kandinski da el último paso rompiendo con la representación, produciendo así la primera pintura “abstracta”. La pintura no murió, como alguien afirmara en su momento, lo que si paso a mejor vida fue la función representativa de la pintura. La fotografía tomaría el relevo.



Son varias las razones por la cuales se considero y se considera a la fotografía como documental y objetiva, entre ellas, la función ideológica que cumple. Lo importante a destacar es que esa ideas quedaron ligadas a lo fotográfico, siendo casi su sinónimo. Quien lea este articulo, sin duda conoce qué es una fotografía. Desde hace años la imagen fotográfica es parte importante de nuestras vidas. Desde la propia imagen en los documentos de identidad a las que observamos en los periódicos, del álbum familiar al espectacular publicitario, del registro de huellas digitales a la superficie de Marte…todo puede ser-y es-fotografiado.

Son muchos los que conocen la “Mona Lisa” solo por fotografías pero también muchos de aquellos que logran verla directamente en el Louvre, deciden “llevarla a casa”. Según los cálculos, se toman de ella 49.800 fotografías por semana, un poco más que de la “Venus de Milo”, que ocupa un modesto segundo lugar con 41.600 fotografías en el mismo lapso. Con excepción de los privilegiados-pocos- que pueden ver las obras de arte en los museos, la gran mayoría de los mortales, las conocemos por fotografías. El tiempo hoy, corre rápido, ya no hay espacio para la contemplación y sabemos que la memoria es errátil, imprecisa, sus contenidos, indemostrables.

Pero no se trata solo de esto, lo que esas miles de fotografías intentan demostrar, no es lo más obvio, que la “Mona Lisa“ existe, sino elípticamente, reafirmar que estuvimos “allí”, que logramos verla y que indirectamente, existimos. Es esta otra de las funciones básicas que cumple la fotografía, bajo la pretensión de documentar el objeto, reafirma la existencia del sujeto, por partida doble, de quien tomó la foto y de quien la observa. Veo, luego existo es su lema. Decía el poeta latino Ovidio: “Perduraré”. “Perdurará mi mirada”, dice el fotógrafo.

Pero pese a su gran difusión, ha su alto grado de integración en nuestra sociedad, la fotografía es algo difícilmente definible. Si intentamos clasificarla según una oposición ya establecida: original (obra única, como la pintura) opuesta a la obra múltiple, como el grabado, la serigrafía o la litografía, nos encontraremos con que los Daguerrotipos eran originales únicos acercándose así a la pintura. Impuesto años más tarde el sistema desarrollado por el inglés Talbot de negativo original y copias –el que aun usamos- se asimila al grabado o la litografía. Para complicar más las cosas, en la fotografía digital no hay negativo y tampoco original y copias. Todas son- técnicamente- originales o todas copias, según se vea.

Por otra parte a lo largo de sus cortos 160 años de vida-si los comparamos con la antigüedad de los otros sistemas de producir imágenes- sus materiales, elementos y consecuentes procedimientos han variado tanto, qué intentar definirla por la vía clásica de “materiales y procedimientos” nos llevara a un callejón sin salida. Sólo como ejemplo: si consideramos al lente como un elemento básico – lo que la incorpora al grupo de las Imágenes de origen óptico, como el cine o el video – nos encontraremos con que hay imágenes que ocupan un importante lugar en la historia de la fotografía y que no requieren de este elemento. Las primeras de ese tipo, fueron producidas por el propio Talbot, mas adelante en el tiempo, las del húngaro Moholy-Nagy y las del famosos fotógrafo Man-Ray y que el denomino rayogramas. Al igual que en este ejemplo, podríamos ir eliminando, una a una (mostrando que está incluido en el concepto de fotografía varios ejemplos que contradicen) todas las características que podrían parecer básicas para definirla.

El “instante” de la exposición puede llegar a varias horas, la unidad de tiempo y espacio la rompe el aceptado “collage” etc. Nos queda la luz, sin duda “la materia prima”, la “vía” de información, el elemento básico del sistema. Pero la fotografía solo es una muy desarrollada y privilegiada variante de la amplia gama de los registros lumínicos. Por eso mismo, la luz, no es exclusiva de la foto, también cumple una función igual en un escáner, la simple fotocopiadora, o el más sofisticado holograma, pero no consideramos a sus productos como una fotografía. Quizás pudiéramos definirla como un estilo de imágenes, aquello que nos permite al observarla, reconocerla como tal.



Pero aquí también nos detendrá un obstáculo. La imagen fotográfica muchas veces – de algún modo siempre, ya que esto depende de la ubicación mental del espectador- se convierte en un medio “transparente”, invisible como tal. Como en una ventana, si miramos el vidrio, no miramos el paisaje; si miramos el paisaje, no miramos el vidrio. Cuando apreciamos en un libro de arte “Los girasoles” de Van Gogh, difícilmente diremos “¡qué ¡buena fotografía!”, y sí en cambio creemos estar mirando la pintura. Aquí ya no hay estilo que valga. En todo caso, hablaremos de calidad de reproducción.

Y si nos interrogamos a nosotros mismos, a “eso” que cada uno de nosotros entendemos por fotografía, comprobaremos que la certeza, aquello que parecía claro mientras no lo pensábamos, cuando lo tenemos en mente y tratamos de objetivarlo, comenzara a perder forma rápidamente y la certeza seguirá existiendo, pero ahora, sin objeto claro. No en vano, un teórico la califica como: “Una convención lingüística no compartida por todos los pueblos”. Pocas cosas son tan comunes, tan cotidianas y a la vez que tan poco definibles, tan ubicuas. Una misma imagen, puede funcionar como denuncia, como documento histórico, prueba científica u obra estética, según el contexto en que se la ubique. Cuando denuncia, simultáneamente publicita. Tanto puede mostrar el “estilo” de una época, como ser la visión de una individualidad, la del fotógrafo. Puede ponerse en evidencia o desaparecer en una transparencia casi perfecta. Y pese a todos estos “asegunes”, las continuamos produciendo, usando, contemplando y conservándolas como verdaderos tesoros.

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